a Angela, mi nona
Retener el tiempo
como forma de impedir que avance y desaparezca
la imagen que queremos y mostramos de nosotros mismos.
El flamenco deja caer al costado sus plumas rosas
y se deshoja.
Como un clarar el meridiano
se suspende en el suelo sin sombras
o en el incendio brillante
que deja al descubierto su piel de verano
sus velos de la infancia.
Desde ahí observa y advierte
la velocidad es precisa
la inmediatez se aquieta.
Solo él repara la urgencia
en cuerpo flotante que parece sujeto al fondo del río
pero sin sumergirse
como una de esas boyas de colores fuertes
naranjas o amarillo raído
para que cuando volvamos por ella
sepamos donde está
sepamos de pronto quiénes somos
y nos encontremos ahí
donde interrumpe el cotidiano con su imagen desnuda.
No hay contorno de huellas en el agua
y el pliegue de las pequeñas olas
decanta frágil la armonía.
Eclipse
Vinieron las abejas
salí en camisón para verlas llegar
en vaivén, zarandeando el cielo
llevaban flores como sombrillas.
En la hamaca de coral, las espero.
Estaba todo el yuyo vertido con jarabe dulce
casi ni se veía, índigo.
Como anzuelos que brotan
con la velocidad del sueño.
Encierro lo mismo
Por primera vez veo granizar acá
es como el ruido de las ramitas que busqué para encender el fuego
crispar crocante de almendras tostadas en un horno
palabras que quedan resonando y se repiten contra la pared.
Devenir
De velas blancas, de álamo el viento
de pequeños peces de aire que lo habitan.
Desde ahí, se sucede
La palabra puente.
El miedo azul
A la orilla
habían asomado las tortugas, inmensas
temiendo que explote el mar
trepaban por la arena, con la agilidad de un niño.
Ana Claudia Díaz, Conspiración de perlas que transmigran, Ediciones Zindo & Gafuri, 2013.
Obra visual: Nancy Graves
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