domingo, 26 de febrero de 2023

Más que un yo - Reyna Domínguez

 





ANOTACIONES


          6


No me importaría durar

lo que una mariposa

24 horas

o 12

una sola noche

una madreselva, una aturdida tarde

una vez

en la que sin comer ni beber

alcance a cazar

al vuelo

una palabra perfecta.



Reyna Domínguez, Más que un yo, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 2001.


Obra visual: Anselm Kiefer





Obra poética - Joaquín O. Gianuzzi

 




El sapo


Al pie del agua de un verde inmóvil

había un sapo que dulcemente vi

hace tiempo, en un verano,

y su forma contenía un posible mundo

desconocido, quizás semejante

a los vastos cielos de diciembre.

Pero el cielo mismo no se comprende en absoluto.

Estaba allí, reposado en la placidez

de su propia y espesa materia palpitante,

sensato como todas las cosas

que desde su centro aguardan

la disolución de sí mismas.

Me detuve y logré

alcanzar sus ojos con los míos

y pensé que, sin duda,

la perplejidad de ser estaba superada.

Consideré inútil otro 

conocimiento. El sapo alcanzaba

una región más vasta, 

no extraña precisamente sino 

ajena, una manera

de sobrevivir lo exactamente necesario.

Precipitado, aventurado a la existencia,

como un sapo simplemente, más allá

de la belleza

que da paz y enloquece a los hombres 

el único significado de todo eso

era la tranquila complacencia

de la húmeda piel verdosa,

vistiendo a un dios obstinado

en la razón secreta de sí mismo

Me inundó un colmado sosiego

y desmentí

la náusea y la muchedumbre de sabios

que desde Thales de Mileto

inclinan hacia el error

el tumulto precipitado bajo la frente.

Ante ese vaga fatiga

permanecía idéntico a sí mismo

e infatigable además

el sapo que dulcemente vi

hace tiempo, en un verano.


Joaquín O. Giannuzzi, Obra Poética, Emecé, Buenos Aires, 2000.


Obra visual: Francisco Toledo



Poesía completa - Amelia Biagioni




Canción de carpintero


No quiero más tu reino,

madera muerta.

Le pondré al bosque vivo

su fresca puerta.


Me esperan en las islas

del mapa entero,

para afeitar los cocos

del cocotero.


No iré. Prefiero el bosque,

sus infinitos,

su taller alumbrado

con pajaritos.


Empuño en la espesura

del bosque verde,

un silbo, no el serrucho

que ladra y muerde.


Y en el cerro que abre

su gran sombrilla

taladro el agujero

para la ardilla.


No me encarguen ropero,

silla ni mesa;

hago el corazoncito

de la cereza.


Y además, cofrecillos

de doce meses

para las avellanas,

para las nueces.


Con la palabra "tiempo",

que no me engaña,

hago y lustro el abrigo

de la castaña.


Recorto en la mirada

del ciervo fino,

un sueño de madera:

la flor del pino.


Me hundo en el bosque verde

y en su violín.

Adiós, viruta loca,

triste aserrín.


Amelia Biagioni,  Poesía completa, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009.


Obra visual: Alberto Murillo Herrera.