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lunes, 1 de enero de 2024


Empezar a dibujar en este tipo de trabajo es como empezar a hablar. Cuando empezás a hablar no lo hacés en un lugar, lo hacés desde cualquier lado, el habla construye su lugar. La línea construye su estatuto a partir del momento en que aparece en el plano, el plano va a cambiar de un modo u otro en la medida en que vos ponés una primera línea que va a empezar a crecer y ponés la segunda y esa línea va a seguir hasta el momento en que yo me detengo, interrumpo ese primer tejido y me voy a la otra punta del cuadro y hago otro y así sucesivamente, voy haciendo una especie de islas que se van a ir interrelacionando paulatinamente. Ese tejido tiene que ser intrínsecamente afín y al mismo tiempo diverso. Pero no es la diversidad por la diversidad, porque si no es un patchwork, una antología de grafismos. Y si es demasiado uniforme es un tejido muerto. Entonces tiene que haber un balance entre la diversidad y la organicidad del asunto.

Podría decirte que hay obras que me gustan más que otras. En general me gustan más algunas que podríamos decir que son más “erróneas” en el sentido de una hipótesis de rumbo grafico a seguir. No creo en el error como algo en lo que te “equivocaste”, creo en la imperfección, el lenguaje grafico es siempre un desplazamiento, aquello que no es dicho, y hay siempre una ceremonia fastuosa para decir lo que no podés decir.

Lo saliente es el hecho de que en mis trabajos no puede encontrarse un punto defectuoso ni un punto virtuoso. Son más bien cuadros “fenoménicos”, puede quizás verse que en la superficie del cuadro algunas zonas hacen más o menos ruido en relación a otras.  A mí me interesa esa incomodidad. Ni la organicidad ni la coherencia tienen por qué ser la entrada principal al cuadro. También tiene que proponerse una dificultad, una situación conflictiva, una entrada a través de cierta incomodidad.

Eduardo Stupía


Puentes - Alicia Genovese



Puente Avellaneda, Pueyrredón

Puente Alsina cambiado el nombre

en los mapas,

por el mismo zanjón del Riachuelo

Puente la Noria. Pasajes

al otro lado de la ciudad;


no son postales congeladas

mis idas y vueltas

sino pigmentos tornadizos

como la capa de asfalto

El paso capturado y la mirada

en la misma

agua grasosa que no absorbe

el desecho químico. Amargor

que queda flotando en la superficie

como en el cuerpo

lo inasimilable


***


Hay un pozo imantador

en este cruce

de puentes suburbanos

que en cada pasada

me desvía

hacia tiempos suspendidos

como hacia un carril

de detención

Petróleo muerto, desgastes

erosión obsesiva

que no ha logrado disolver

cierta hora de niebla temprana

y cielo opaco para llegar

al sitio de los comienzos

Más allá, del otro lado

el viento para en los oídos

y empieza la gravedad, la filigrana

de pequeños actos perecederos

y su trazo enmarañado

Pero aún sobre el puente, suspensa

puedo asir del trayecto

el goce a futuro

de la expectativa,

ese rocío ensoñado que fue

siempre a escondidas, una forma

instantánea de felicidad


Napas geológicas de la memoria

en la napa oscura del río, mezcla

donde no llegan grandes obras

de saneamiento

y ninguna partida es concluyente


Manchas de brea y plomo

paisaje quemado que tiembla


***


Sobre estas plataformas

el tiempo se desata:

cercano el ayer, el futuro

se toca

y el espacio-tiempo del puente

es un punto estallante de carga y descarga,

grúas en el puerto,

armado y desarmado

de la misma figura:

camino en el aire, rocío ensoñado

hábitat incandescente

Puentes hacia el sur

volver es aprender

a acercarse al obstáculo


***


Le digo a mi hija

que me gustaba viajar

en los escalones altos del tren

al lado de las puertas,

un día

que la línea electrificada no funciona

y subimos a un adicional

de vagones en ruinas

¿Es a vapor? pregunta

y la locomotora se convierte

en una ilustración de enciclopedia


Herrumbre de vigas inclinadas

cuarenta y cinco grados, remaches

en los puentecitos,

tallas ásperas del ferrocarril

sur. La voz de Manal

en los setenta interrumpiendo 

el triste descampado;


algo me anuda

a mí 

como una caricia



Alicia Genovese, Puentes, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 2000.

Obra visual: Eduardo Stupía.