Como quiera que sea, las glaciaciones que nos expulsaron de los árboles condenándonos a una vida que no es la nuestra fueron un acontecimiento irreversible. No es posible la vuelta atrás. Hemos construido un mundo para bípedos sentados que nada tiene que ver con nuestro cuerpo, un mundo que será heredado por los organismos que mejor se adapten a la supervivencia. Puesto que paso la mayor parte de mi vida sentado en mi escritorio, la forma que me sería más cómoda de asumir sería la de una serpiente. Enrollada en sus anillos, la serpiente distribuye su peso uniformemente sobre el cuerpo y puede transmitir cada mínimo movimiento a todos sus miembros, manteniéndolos en ejercicio sin necesidad de moverse. Soy consciente de que un yo-serpiente, al disponer sólo de la cola para todas las llamadas operaciones manuales, vería disminuidas algunas de las capacidades físicas y mentales ligadas a la digitación, desde la mecanografía hasta el uso de obras de consulta, desde el contar con los dedos hasta comerse las uñas, etc.
En consecuencia, la forma perfecta sería la del pulpo o la del calamar gigante, cuya redundancia de patas de gran versatilidad locomotora-prensil-postural se convertiría en un incentivo para nuevos talentos activos, para nuevas metodologías y actitudes. Al fin y al cabo, un pulpo puede conducir perfectamente un automóvil. Por lo tanto, está claro que los pulpos serán los que ocupen nuestro puesto; el mundo que hemos construido está hecho a su imagen y semejanza. Hemos trabajado para ellos.
Ítalo Calvino, Mundo escrito y mundo no escrito, Ediciones Siruela, Madrid, 2006.
Obra visual: Jerold Bernhard Pakasi
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