lunes, 1 de enero de 2024


Empezar a dibujar en este tipo de trabajo es como empezar a hablar. Cuando empezás a hablar no lo hacés en un lugar, lo hacés desde cualquier lado, el habla construye su lugar. La línea construye su estatuto a partir del momento en que aparece en el plano, el plano va a cambiar de un modo u otro en la medida en que vos ponés una primera línea que va a empezar a crecer y ponés la segunda y esa línea va a seguir hasta el momento en que yo me detengo, interrumpo ese primer tejido y me voy a la otra punta del cuadro y hago otro y así sucesivamente, voy haciendo una especie de islas que se van a ir interrelacionando paulatinamente. Ese tejido tiene que ser intrínsecamente afín y al mismo tiempo diverso. Pero no es la diversidad por la diversidad, porque si no es un patchwork, una antología de grafismos. Y si es demasiado uniforme es un tejido muerto. Entonces tiene que haber un balance entre la diversidad y la organicidad del asunto.

Podría decirte que hay obras que me gustan más que otras. En general me gustan más algunas que podríamos decir que son más “erróneas” en el sentido de una hipótesis de rumbo grafico a seguir. No creo en el error como algo en lo que te “equivocaste”, creo en la imperfección, el lenguaje grafico es siempre un desplazamiento, aquello que no es dicho, y hay siempre una ceremonia fastuosa para decir lo que no podés decir.

Lo saliente es el hecho de que en mis trabajos no puede encontrarse un punto defectuoso ni un punto virtuoso. Son más bien cuadros “fenoménicos”, puede quizás verse que en la superficie del cuadro algunas zonas hacen más o menos ruido en relación a otras.  A mí me interesa esa incomodidad. Ni la organicidad ni la coherencia tienen por qué ser la entrada principal al cuadro. También tiene que proponerse una dificultad, una situación conflictiva, una entrada a través de cierta incomodidad.

Eduardo Stupía


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