XXXVIII
Los ciervos machos
son bastante cobardes
ante el peligro
huyen por su cuenta
mientras las hembras
se disgregan ordenadamente:
el matriarcado animal
siempre se organiza.
XXXVIII
Los ciervos machos
son bastante cobardes
ante el peligro
huyen por su cuenta
mientras las hembras
se disgregan ordenadamente:
el matriarcado animal
siempre se organiza.
Laura Fuskman, Apuntes de Naturaleza Humana, Halley Ediciones, Buenos Aires, 2021.
Cuando trabajo no soy consciente de lo que estoy haciendo. Solamente después de un tiempo de lo que se puede llamar familiarización veo lo que he estado haciendo. No temo hacer cambios, destruir la imagen,… porque el cuadro tiene vida propia. Lo que intento es que surja esa vida. Si pierdo el contacto con el cuadro, el resultado es desastroso. De lo contrario es armonía pura, un sencillo toma y daca, y la pintura sale bien. (Jackson Pollock)
ENCUENTRO EN LA PUERTA DEL
SUPERMERCADO
LA HIJA:
Sí, pero no debiste mandarme esta
mañana. No
debiste. Mis días, todos iguales,
no han debido, inesperadamente,
ser divididos, y para
siempre, por esa
herida. Aunque desde el lugar en
donde estás -la madurez-
se sepa que alguna vez, una
mañana, en el espejo
de todos los días ya no se es, oh
cambios, el mismo.
Ya no se es el que se era ni el
que se creía ser sino otro.
Los años han de parecer, desde
donde estás, cicatrices,
y el tiempo un cuchillo.
Pero si esta mañana, en el interior
del invierno, yo hubiese, por lo
menos,
entre los monoblocs, en el aire
gris, encontrado a alguien
que me hubiese llevado, como
otras veces, a tomar un café,
ahora que hemos terminado de
cenar,
que papá trabaja en su despacho
olvidado de nosotras,
yo iría tranquilamente a mirar la
televisión
sin la intuición de otro mundo o
de otros mundos.
LA MADRE
¿Qué mundos, si se puede saber,
se han de intuir de la simple
mirada
de un extranjero? ¿De un hombre
de treinta años
parado una mañana contra la
puerta transparente
del supermercado que, viéndote
llegar,
se fija, por un momento, en tus
ojos,
llevado, seguramente, por la
inercia de la mirada,
de los ojos acostumbrados a errar
y a rebotar
contra una muchedumbre de piedra?
Has de haber tenido,
anoche, un sueño rápido, sin
recuerdos, cuya memoria,
después, tembló un momento, sin
florecer, en la mirada
del extranjero, una de esas
asociaciones
en la que uno mismo, y no lo que
se mira
es, en realidad, lo familiar. Y
está también la turbación
que la mirada de un hombre de
treinta años, hermoso,
como una ráfaga oscura, siembra
en una criatura que pisa,
por primera vez, el país del
amor.
LA HIJA:
Sí, pero no era hermoso. Y no
debiste, esta mañana,
mandarme. No debiste.
LA MADRE:
Por otra parte, ¿de dónde puede
venir
un extranjero, como no sea del
desierto?
El otro o los otros mundos que se
vislumbran, a veces,
en las miradas ajenas son, para
el que las vive desde adentro,
desiertos. Una llanura blanca, o
gris, o amarilla, o negra,
idéntica a sí misma en cada
punto, y en la totalidad,
donde no crece, a partir de
cierta altura, ni siquiera
el horror. No, has tenido un
sueño,
ni malo ni bueno,
un sueño dentro de un sueño
del que no se despierta más que
para caer
en otro más grande, y en el
interior de todo eso
no hay ninguna
realidad.
Una mirada no puede
revelar nada, porque no hay nada,
pero nada, que revelar.
Y nuestras lágrimas
salen del ojo mismo, por
compulsión:
ninguna fuente las alimenta.
Ahora iremos juntas a mirar la
televisión
y en un momento dado nos
preguntaremos,
como todas las noches, en qué
somos nosotras
más reales que esas sombras
para las que ya todo, en un antes improbable,
pasó.
Y si nos asomáramos, por un
momento, al balcón,
¿diríamos acaso que esas hileras
de ventanas iluminadas,
todas iguales, y esas luces allá
abajo, en hermandad con
nuestros
recuerdos, son lo que creemos que
debe ser, y lo que llamamos,
un mundo? No, nadie puede
despertarse, porque no hay
ninguna mañana a cuyo sol
despertar.
LA HIJA:
Sí, pero no debiste mandarme. No
debiste. Lo otro, de
golpe,
se me reveló, como otro,
simplemente,
sin ningún paraíso, más adelante,
o, si se quiere, más atrás.
Lo otro, más hiriente
que un golpe en plena cara, que
una pared
destellando en la orfandad del
verano. No debiste,
no mandarme, mamá, porque se me
han cerrado,
desde esta mañana, las puertas,
endebles, de lo conocido,
que una vibración, fragilísima,
puede, inesperadamente,
abatir.
Ya nunca seré la que fui. Me
esperan
años de duda, de miedo, de
irrealidad,
la tentación, probablemente, de
la noche,
la muchedumbre del insomnio, el
vacío.
Y ustedes, mi padre como mi
madre, mis hermanos,
bocas que comen, a su manera, mi
vida,
se perderán, desde ahora, en una
suerte de niebla o de lluvia
muda, por los siglos de los
siglos. No
debiste mandarme, no, no debiste.
Porque
en la puerta del supermercado,
por encima del ruido de las
registradoras,
en el invierno liso y monótono,
en la selva del hambre, incurable
y ancestral,
esos ojos, aunque guardaran, en
el revés, el desierto,
me mostraron, enteramente, y por
un momento
la red de nuestra prisión.
...el color ante todo y sobre todo; pero como hay muchas maneras de entender el color, quiero hacer notar que el que yo prefiero es el color casi puro y brillante, tal como sale de los tubos. Puede que más adelante me aficione a la infinita variedad de los grises coloreados a los que por ahora sólo creo capaces de vestir una construcción a base de claro-oscuro... (José Cuneo Perinetti)
Poesía en el lado oscuro de la luna
Cuando llegué a la luna, abrí mi valija y saqué las pocas cosas
que necesitaba para pasar esos días
creyendo que podían convertirse
en una buena oportunidad para hacer cosas postergadas:
el libro de Chéjov sin terminar
el álbum de todos que no miraba hace tiempo
el avioncito para armar que mi padre me había traído
de uno de sus viajes
y yo dejé sin tocar desde mi niñez, el cubo de Rubik
para intentar resolverlo y un cuaderno para escribir poesía.
Ahora que volví a la tierra veo a todos estos objetos
junto a mí, en el banco de siempre en la plaza
el libro de Chéjov, el álbum de fotos, el avioncito armado
y el cubo de Rubik sin sin resolver.
Estaban todos, salvo el cuaderno que olvidé
en su única pregunta escrita hay un poema
que ahora gravita sobre un cráter
en el lado oscuro de la luna.
Andrés Bohoslavsky, Medianoche en la plaza de los sueños y otros poemas, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2021.
Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todos en voz baja);-¿Y usted puede describir esto? Y yo dije:-Puedo. Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro.
Ana Ajmatova
En algún momento nosotras, también respondimos esa pregunta, podíamos describir esto, queríamos hacerlo: contar la historia de María Salomón, decir que desaparecieron sus tres hijos, acaso alguien todavía no lo sepa.
Cada una con sus pequeñas herramientas, con la punta de los dedos, en la fragilidad de la reconstrucción de lo ausente, como si bordáramos flores, intentamos hablar del dolor y la espera de María.
Preguntamos en las calles de nuestro pueblo, en los recuerdos familiares, en las imágenes que conservábamos dentro de nosotras y fueron volviendo, ovillándose en el hilo del relato: María en misa, María con los nietos de la mano, los pañuelos de colores sobre los hombros de María, la paraguaya, María golpeada. María buscando a sus hijos entre la gente.
Así nacieron las cajas objeto con sus collage y su blanco y negro y los poemas brevísimos, en la primera persona que pedía decir por sí misma.
Y fue imagen y palabra en torno a María Salomón, la madre: un objeto pequeño, que se cuenta casi con un hilo de voz, hay que acercarse para ver los detalles, para leer las minúsculas letras.
***
dejá
voy yo
pueden ser ellos
o uno de ellos
cualquiera
cómo dejar que otro
abra la puerta
acaricie primero
sus cuerpos
de hijos
***
el cuerpo de un hijo
es para siempre
el cuerpo de un hijo
quiero decir
algo que se asiste
se abriga
el cuerpo de un hijo
es para siempre
un objeto pequeño.
***
esta casa es otra
aquí no vivimos
no fue aquí donde les di
de comer
les di palabras
aquí no es
el sillón de la fotografía
los tres recién peinados
el primer día de clases
no fue aquí
el domingo de pascuas
el matrimonio de carlos
la universidad
y la guitarra
no fue en esta casa
a esta casa
se entra
hablando bajo
no se pregunta
por nadie
Laura Forchetti/Graciela San Román, un objeto pequeño, vacasagrada ediciones, Bahía Blanca, 2010.
Divergencias
Una palabra cualquiera
no es una palabra cualquiera,
no se parece al cuerpo que la dijo,
no tiene manos, ni pies, ni amora
como un mortal. Lo que nombra
tiene mares que llevan lejos.
A su casa todos pueden entrar
y su tiempo no cesa
en cada boca. Espera
viajes por el agua oscura que
lleva su nombre.
Juan Gelman, El emperrado corazón amora, Editorial La Página S.A, Buenos Aires, 2011.
Obra visual: Jean Dubuffet
Paraselene es un blog de estudio e investigación de poesía y de artes visuales.
Paraselene es el sueño de la biblioteca ordenada. Subrayados al infinito que resuenan en imágenes por el camino del deseo y del azar. Puro placer de lecturas para Selene, palabras que abrevan en la construcción del amor y la libertad.
Los invito a que sigan este blog abierto en 2020.
Nunca estamos solos.